miércoles, 5 de noviembre de 2008

La paz y el orden

Los rayos de sol de ese domingo apenas se filtraban entre la capa de nubes cuando bajé del auto para seguir caminando hasta el lugar donde siempre esperan mi visita mis familiares.

El ingreso al lugar tiene una arcada que atravesé y mientras caminaba noté el silencio, el orden y la limpieza del lugar, que muchos destacaban como un logro del intendente Prometeo Prolijo y que él mostraba orgulloso a los visitantes de otros barrios. Y era para prestar atención lo que había conseguido. Allí las numerosas personas que circulaban lo hacían en orden, sobre veredas perfectamente trazadas que los llevaban a su destino gracias a carteles indicadores de dos colores: verdes para los caminos y rojos para los que prohibían bajarse de las veredas, hablar en voz alta, correr, detenese a conversar interrumpiendo la circulación y varios más. Me pareció que los rojos eran bastantes más que los verdes. Acompañaban a los carteles las cámaras de seguridad y unos señores vestidos de gris como los antiguos empleados de correo o de ferrocarril, con cara de aburridos.

Por las veredas iba gente de toda clase durante los primeros metros, todos en silencio, a veces mirándose unos a otros con extrañeza como preguntándose que hacía el otro allí, siendo que todos iban por el mismo motivo. Pero eso duraba poco, porque enseguida los caminos se bifurcaban y algunos pocos se fueron hacia el grupo de casas más altas y lujosas revestidas de mármol, con un pararrayos extraño en sus techos que las destacaba de las demás.

El resto seguimos hacia el fondo del barrio, que estaba algo alejado, con las veredas un poco menos prolijas y como ya no había cámaras y sólo un señor de gris cuidando, se podía hablar un poco más con el resto, e incluso algunos caminaban debajo de la vereda y todos nos sonreíamos disimuladamente.

Así fuimos llegando cada uno a su lugar, todo de casitas bajas, humildes, algunas con patio de cemento y otras de tierra, pero con la suerte de que allí no importan tanto los lujos, tal vez por haber sido educados de esa manera o tal vez por haber pasado la vida sin haberlos tenido.

En cuanto a mí, estuve un rato largo con mis familiares, diciéndoles cuánto los extrañaba durante mis ausencias, recordando viejos tiempos y contándoles los cambios habidos. Me respondieron con su silencio que me sonó triste, por lo que supuse que no estaban muy felices con algunos de esos cambios. No dije más nada, me despedí de ellos y volví a desandar el camino, pero ya me intranquilizaban un poco ese silencio, ese orden y esa limpieza, porque me gusta que mis seres queridos se sientan felices.

Cuando llegué a la salida ví a la gente de las casas altas, pero ellos parecían más contentos, vaya a saber uno por qué. Atravesé la arcada antes que ellos y camino a mi auto me di vuelta para leer la frase del frente: “AQUÍ DESCANSAN LOS QUE NOS PRECEDIERON”.

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