Falleció Don Raúl Alfonsín. Y en todos los espacios, más allá de la crítica o defensa de sus aciertos o desaciertos, se destaca un pensamiento común: era un buen tipo. El pueblo, en general, siente una simpatía especial por él.
Y como coincido con ese sentimiento, me pregunto qué hace que entre dos personas que tienen pinta de buenos tipos, más allá se su forma de pensar, uno acapare el sentimiento popular y otro su repulsa o indiferencia. Ejemplos nos sobran en cualquier campo, no sólo en la política.
¿Será por su obra en los tiempos que le toca ser protagonista?
Podría ser en el caso de un Favaloro, cuyos resultados uno percibía sabiendo que su conocimiento lo llevaba a la práctica salvando vidas quizá cotidianamente, o a través de su Fundación, de principios humanistas. Pero en política no es así, sino que se hace lo que permite la correlación de fuerzas, los consensos y la situación general, local e internacional, como se puede ver, desgraciadamente la mayoría de las veces a través del cristal de los medios "independientes", y muchos resultados prácticos a nivel popular, que es lo que vemos, no son a corto plazo. Ejemplos de esto son las políticas de salud, educación, seguridad, económica, etc. Recordemos además que Alfonsín terminó su gobierno a raíz de un golpe económico, sin apoyo de su partido, con hiperinflación y finalización de su gobierno en forma anticipada.
¿Será por su forma campechana de expresarse?
No parece ser un motivo que perdure en el recuerdo del común de la gente de tan diversa ideología y condición social como la que congrega Alfonsín. Otros tienen ese lenguaje campechano pero a su funeral irían hoy en día sólo sus familiares (no todos) y sus más íntimos (no todos). Además sería una subestimación de la percepción popular que personalmente no comparto.
No soy sociólogo ni mucho menos, por lo cual estoy seguro que existe una multitud de otros motivos para analizar y probablemente sea una conjunción de varios de ellos en distinto grado, lo que está fuera del objetivo de este post y de mi capacidad.
De todas maneras, creo que existe un factor común que determina ese espontáneo y generalizado reconocimiento popular y es que esos buenos tipos no dejaron a un lado su identidad, no cortaron el cordón umbilical que los une con sus orígenes, nunca se olvidaron de donde vienen y a quién se deben. Tienen fuertes convicciones que no traicionan y pueden conseguir o no resultados en función de sus dudas, de la coyuntura más o menos difícil, del mayor o menor egoísmo de los dirigentes que comparten la época y de la participación o no de todos nosotros, los mismos que después, cuando no esté, vamos a tener ese sentimiento de pérdida, más allá de coincidir o no con su ideología.
Después siempre es tarde. Por lo menos, igual que en el caso de Favaloro, que no sean ejemplos desperdiciados (muchos en nuestra historia), que nos sirvan para aprender. Adelantemos de una buena vez el reloj.
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